No podía llamarse Esmeralda
la de belleza luminosa ni Alba
la de blancas caderas, no podía
Roxana ni Soraya ni Vanessa,
porque no deseaba un nombre de oro
para golosear entre los labios
sino una luz, un faro, una antorcha
para abrirse camino en la batalla.
La que se pierde y de nuevo vuelve
no podía llamarse Catalina,
la que se cae y siempre se levanta
no podía llamarse Macarena,
la que renace, la que insiste, la que
no conoce la palabra rendirse
solo podía llamarse Victoria.