LO QUE está sucediendo con la boxeadora Imane Khelif, como lo que sucedió antes con la atleta Caster Semenya, es otra carcajada que se pega la naturaleza ante nuestros ridículos binarismos. A una persona nacida con vagina, que vive como mujer hasta bien entrada la veintena, se le descubre de repente que tiene cromosomas XY y que sus niveles de testosterona son mucho mayores que los de las mujeres promedio (si bien no tan grandes como los de los hombres). ¿Y entonces qué hacemos? ¿La obligamos a boxear con hombres, a ella que tiene vagina? ¿La obligamos a boxear con mujeres, a ella que tiene cromosomas XY? Para confundir todavía más al cerebro binario, aparecen científicos para decir que los cromosomas no definen siempre la cantidad de testosterona y existen personas a) con vagina b) con cromosomas XY y c) niveles de testosterona muy bajos. Aquí aparece la infinita mediocridad del ser humano como animal social, que no tolera matices ni medias tintas, y a la hora en que escribo esto las redes arden en insultos contra la boxeadora argelina, porque la sociedad jamás perdona la diferencia que no es capaz de comprender.