AUNQUE SOLO trabajé tres años como periodista, me dio tiempo a hacer multitud de entrevistas y a tratar con periodistas veteranos, y una de las primeras cosas que me di cuenta como miembro de ese gremio es que la gente miente, problema que no es fácil de resolver porque la mayoría de las veces creen que te están diciendo la verdad. La paradoja aumenta cuando la persona con la que hablas ha sufrido una tragedia y se encuentra en estado de shock: en este caso las mentiras suelen ser más grandes y la creencia en que te están diciendo la verdad es mucho mayor.
Todavía encuentro un problema añadido a la hora de informar de tragedias como las inundaciones, y es que existe una desproporción oceánica entre los daños materiales causados por la naturaleza y el número de muertos finales, porque a menudo no tenemos en cuenta que el ser humano, cuando se halla en una situación límite, es capaz de dar el 100% con el fin de conservar su preciada vida. Yo viví las inundaciones de 1983 en Vizcaya, y a su término era tal el nivel de devastación que contemplábamos, que nos decíamos los unos a los otros, "aquí ha tenido que haber cientos de muertos", pero cuál fue nuestra sorpresa cuando las autoridades comunicaron que solo había 34. Sin embargo, como en aquel tiempo no existían móviles ni redes y aún se conservaba un respeto notable por los gobernantes, nadie dudó del dato y no hubo ningún grito de "tongo".
Como en 2024 sí que existen redes sociales y móviles de última generación, una de las particularidades de las inundaciones de Valencia es que aquí hemos dispuesto de muchísimos más testimonios de las víctimas. En Vizcaya-83 también los tuvimos, pero eran contados y todos estaban pasados por el arel de periodistas de carnet, que los publicaban convenientemente afeitados en los medios tradicionales. En 2024, en cambio, la mayoría de los testimonios los obtienen personas que no son periodistas y son publicados en las redes sociales sin pasarles ningún arel, por lo que hemos podido escuchar las burradas que suelen decir gran parte de las víctimas sin darse cuenta de que son burradas, porque están pasando por una situación emocional tan intensa que les impide conservar la objetividad. Yo he podido ver vídeos o escuchar audios o leer testimonios en primera persona de lo más dantesco: un menda que decía "solo en esta calle hay doscientos muertos"; otro que decía "el parking de Benaire estaba repleto"; otro que decía "conseguimos salir del parking en el último segundo, pero dentro dejamos a mucha gente que ya no podía salir"; y multitud de vídeos de víctimas de pueblos de la zona cero que coincidían en multiplicar los cadáveres: "¡No creáis lo que dice la televisión! ¡Están ocultando todo! ¡Aquí hay cientos o miles de muertos!".
Yo no me siento con la autoridad de criticar a las personas que han subido esos vídeos o esos testimonios dándoles apariencia de veracidad, incluso si lo han hecho para ganar unos likes, pero sí que me siento en la obligación de hacer una defensa del periodismo. El periodista, repito, es esa persona que sabe que mientes aunque tú misma te estés creyendo que dices la verdad. Y lo sabe porque él no se va a conformar solo con tu testimonio, sino que va a tratar de cotejar, contrastar, reunir datos, números, en una palabra, va a tratar de buscar DEMOSTRACIONES de lo que dices. El periodista no es un insecto con mirada de insecto que se limita a hablar con un ciudadano cualquiera que se encuentra por la calle, sino que es un lince con mirada de lince que habla con preferencia con aquellas personas de la sociedad que son minas de información, como el alcalde, el concejal, el jefe de policía, el presidente la asociación, o acude a la morgue, llama al hospital o se presenta en el sindicato con el fin de conseguir información matemática, esto es, que se pueda comprobar.
Aclaro que no deseo que este escrito mío sea una enmienda a la totalidad de los testimonios de las víctimas: al contrario, el periodista debe consolar, solidarizarse y denunciar la indefensión o injusticia que sufren las víctimas, pues es parte de su labor social. Pero advierto a su vez que el periodista que se crea al 100% el testimonio de una víctima, sin hacer ningún tipo de comprobación, es un profesional que se está suicidando, porque no son mayoría las víctimas que consiguen mantener la ecuanimidad en medio del duro trance por el que están atravesando.
Circula en la actualidad una versión dañina de lo que es el periodismo de información, que es la de quienes consideran que consiste en dar voz "a todas las partes" para que puedan decir lo que quieran. Esto me parece un gran error. Si a mí una víctima de Valencia me dice que el agua llegó hasta el piso cuarto, yo no puedo publicar eso directamente: lo que tengo que hacer es acudir a su pueblo, examinar la marca que el agua ha dejado en la pared y solo publicarlo si me ha dicho la verdad. Para esta regla de oro solo encuentro una excepción, y es el caso de que la persona que te miente sea de una gran relevancia pública, en cuyo caso sí que se puede publicar una noticia, pero siempre advirtiendo al lector desde el mismo titular de que el protagonista está mintiendo, por ejemplo: "Miguel Bosé vincula falsamente la DANA de Valencia con los chemtrails y el proyecto HAARP".
A la hora en que escribo esto me entero de que Donald Trump va a ganar y pienso en la posible relación que existe entre la decadencia del periodismo y el auge de la ultraderecha. Sin embargo, como una es de natural optimista, pienso que este movimiento reaccionario ya ha triunfado otras veces en la historia y en todas tuvo poco recorrido, porque la unión de nacionalismo + mentira masiva + rechazo del otro + negación de la ciencia crea muchos monstruos, por lo que confío en que pronto la gente se volverá contra él. Quizá necesitemos meternos un poco en el túnel para volver a disfrutar otra vez de la luz, no sé. Quizá necesitemos pasar unos años escuchando mentiras a sabiendas, las más grandes posibles, para volver a valorar lo que sucedía en 1983, cuando todos los testimonios de las víctimas de las inundaciones de Bilbao eran intensos pero asombrosamente mesurados. No porque en aquella época no hubiera embusteros ni personas que dijeran barbaridades, sino porque había unos profesionales, llamados periodistas, que tras hacer comprobaciones solo publicaban aquellos que se ajustaban a veracidad.