El vicio de la dulce locuacidad. La influencia de Diderot en su época, que fue abundante, se debe a sus extraordinarias facultades orales, según cuenta Benedetta Craveri en La cultura de la conversación, pues la mayoría de su obra solo se publicó después de muerto. Su pasión por el brillo que conseguía en las charlas literarias era tal que un día le confesó a un amigo:
Me preguntáis si he leído al abate Raynal. No. Pero ¿por qué? Porque ya no tengo tiempo para leer y además le he perdido el gusto a la lectura. Leer en soledad, sin tener a nadie con quien hablar, con quien discutir o lucirme, nadie que me escuche o a quien escuchar, me resulta imposible.
Hay que puntualizar que esto le pasaba a Diderot en la París de mediados y finales del siglo XVIII, época dorada de la conversación, que ya contaba por detrás con más de un siglo de salones literarios que habían educado a los artistas en el uso de la cortesía, el manejo del humor o en cómo llevar una charla de manera educada. Si tratas de mantener una conversación ahora, en el Madrid de los poetas orgullosos de ser analfabetos o en la Internet de la pocilga Musk/Zuckerberg, te puedes dar con un canto en los dientes si el intercambio termina solo en combate de esgrima y no en guerra atómica :)