SAFRANSKI CUENTA en Romanticismo, una odisea del espíritu alemán lo que leían los alemanes a finales del siglo XVIII:
La cortesana del conde Friedrich Stolberg describe cómo transcurría la vida de una familia muy entregada a la lectura: después del desayuno el conde leía un capítulo de la Biblia y un canto de Klopstock. Luego, ella leía en silencio un número de la revista Spectator. Seguidamente, la condesa leía durante una hora fragmentos de Pontius Pilatus de Lavater. Durante el tiempo que quedaba hasta la comida cada uno leía para sí mismo. A la hora del postre había una lectura de El paraíso perdido de Milton. Luego el conde leía alguna obra biográfica de Plutarco, y después del té se leían los pasajes esenciales de Klopstock. Por la noche los presentes escribían cartas, que a la mañana siguiente se leían en voz alta antes de enviarlas. Las horas tempranas de la mañana se dedicaban a las novelas coetáneas, cosa que se menciona en tono más bien vergonzoso.
La única lectura estrictamente alemana era Klopstock. Leían al suizo Lavater, al inglés Milton, al griego Plutarco y la Biblia judía. La revista que leían, Spectator, era una revista de origen inglés cuya imitación pronto se extendió por toda Europa. Leer novelas coétaneas era considerado "vergonzoso".
Así estaban las cosas hace 250 años, poco antes de que llegara el estado-nación y empezara a decirnos que ni Dostoyevski ni Shakespeare ni Confucio son nuestros.