LA CARENCIA de vida no acaba con la escritura, solo la modifica. Los que disfrutan de una vida social plena pueden escribir apegados al suelo, con más olores y sabores y la cabeza dentro de la tierra, como los cerdos de la piara de Epicuro, bien rociados de lo que está cerca y tiene labios y penes y clítoris. Los que no viven, en cambio, y sufren la erosión de sus cinco sentidos (pero quizá solo se pierda decisivamente el tacto), disfrutan de una explosión de su inteligencia: se vuelven más generales y abstractos, aprenden a reconocerse como seres autónomos, consiguen mirar más lejos. Los grandes filósofos apenas vivieron: conditio sine qua non para levantar la cabeza y mirar al horizonte.