SIENDO EL mensaje de Jesús tan lírico y poco práctico, tan contagioso pero poco factible, había que encontrar una manera de asegurarlo contra la burla de los más sabios. ¿Cómo? ¿Hay que perdonar setenta veces siete, hay que poner la otra mejilla, hay que amar al prójimo como a uno mismo? ¡Eso son solo dislates, sopa aguada de algún cándido! Para garantizar la supervivencia de tanta belleza, no hubo más remedio que convertir a un poeta en Dios, fue necesario volver sus poemas materia de fe...