EN "FRANCISCO Umbral: la escritura absoluta", Javier Villán recopila en forma de diccionario todos los neologismos que creó Umbral y todas las palabras poco frecuentes que utilizó en su obra. Solo con la letra A incluye abullonar, achangero, agachapandarse, aloritado, altiricona, apanarrado, atalajarse, aventamiento o azaro. Esto me parece un error en el que caen tantos estilistas (Cela todavía más, al mismo nivel de Carpentier o Valle-Inclán), si bien el mejor Umbral me parece el que va de 1994 a 2001, el de Las palabras de la tribu, Los cuadernos de Luis Vives, La forja de un ladrón, Diario político y sentimental o Un ser de lejanías, época en la que se mostró mucho más comedido con el lenguaje.
Pienso que el escritor debe ganarse cada palabra que utiliza, no agregándola como bazar persa o voluta decorativa, sino por razones de gusto, precisión y pertinencia. La mayor parte de los estilistas en español, empezando por Quevedo, muestran muy poca contención y a menudo su floración de palabras deriva en lo inexacto e impreciso, lo que de por sí es una muestra de mal gusto y mal estilo. Ejemplo absoluto de buen uso y buen gusto en el lenguaje es Borges, precisamente porque le pone límites y maneja un vocabulario reducido pero bello y preciso. Ya es curioso y aleccionador, y un ejemplo más de su grandeza, que el mayor escritor-rata de biblioteca del idioma apostara por las palabras frecuentes y despreciara las de diccionario.