HABLANDO DE Kafka, en sus conversaciones con Janouch defiende un sionismo de color de rosa:
FRANZ KAFKA: El nacionalismo judío es la severa cohesión, forzada desde el exterior, de una caravana que avanza a través de la fría noche del desierto. Las caravanas no pretenden conquistar nada. Solo quieren llegar a un hogar fuertemente protegido que pueda dar a las personas que las integren la posibilidad de desarrollar libremente su existencia humana. El anhelo que sienten los judíos por un lugar en el que asentarse no consiste en un nacionalismo agresivo, que en el fondo siempre es apátrida en sí mismo y en el mundo y se apodera enfurecido de los hogares ajenos, ya que, en el fondo otra vez, el nacionalismo judío es incapaz de quitarle al mundo su desierto.GUSTAV JANOUCH: ¿Se está refiriendo a los alemanes?FRANZ KAFKA: Me estoy refiriendo a todos los colectivos ávidos de sangre que con su asolamiento del mundo no amplían su dominio, sino tan solo limitan su humanidad. En comparación, el sionismo no es más que un costoso regreso a tientas hacia una ley humana propia.
Se trata del error de siempre, en el que caen también personas en otros sembrados tan lúcidas como Kafka: el nacionalismo de los demás es malo-malo, porque es agresivo y excluyente; en cambio el nuestro es bueno-bueno, porque es integrador e inclusivo.
Pienso al contrario: en el mismo momento en que creas un nosotros territorial soberanista, sea constitucional o sea identitario, inclusivo o excluyente, has creado el Krakatoa. No hay Krakatoas buenos. El Krakatoa puede permanecer muchos años dormido, mientras lo dirijan personas como Kafka, Gorbachov o el emperador Antonino Pío, pero cuando pase a manos de Putin, Trajano o Netanyahu...
Le llevaba yo a Kafka a la Franja de Gaza para que viera dónde ha acabado su nacionalismo humano.