SI HUBIERA leído las críticas y obituarios que se hicieron ayer sobre su figura, Mario Vargas Llosa habría sido feliz. El escritor es un ego de tal tamaño, tal ombligo rodeado de agua por todas partes, que, si le dicen que es “gran escritor pero mala persona”, no se molesta ni la mitad que si le dicen que es “gran persona pero mal escritor”. Sucedió que ayer todos salvaron al escritor: no hubo nadie tan necio que negara su estatura como palabrista.