NI ECKERMANN ni Boswell son biógrafos ni entrevistadores sino, más bien, evangelistas: los dos profesan una admiración sin mácula por Goethe y Samuel Johnson y escriben sus libros para hacer prosélitos. La calidad de los dos mesías, sin embargo, es bien distinta a la luz de los parlamentos que podemos leer: mientras Goethe parece realmente un hombre griego, superior, profundo y generoso a la hora de emitir juicios, en los que no muestra rencores, Samuel Johnson parece un cuñado con multitud de opiniones sanchopancescas, la mayoría de las veces, y boutades de bruto de fábrica, en otras. En una de sus primeras intervenciones, aboga por pegar a los niños en lugar de estimularles a competir entre ellos:
En todas las ocasiones en que salió a relucir la cuestión, Johnson dio siempre su visto bueno al uso de la vara para aplicar la instrucción: "De largo preferiría —dijo— que la vara fuera motivo de temor general, con el fin de hacerles aprender, antes que decir a un niño: si obras de tal modo, o de tal otro, gozarás de más estima que tus hermanos o hermanas. La vara surte un efecto que termina en sí mismo. El niño teme los azotes, por lo que cumple sus deberes y punto; en cambio, al suscitar en él ese deseo de comparación, y ciertas ínfulas de superioridad, se sientan las bases de mil diabluras, aún peores, pues se consigue que hermanos y hermanas se guarden rencor".