SE DICE: ¡Cómo los alemanes, el pueblo más culto de Europa, pudieron entregarse a los nazis! ¡Cómo pudo Viena ceder ante Hitler! ¡Como pueden los leidísimos franceses votar a Le Pen! Pero no existen pueblos cultos; la cultura es eso que profesa una minoría: la mayoría de los franceses y los alemanes y los austriacos no leen a Proust ni a Kant ni saben del psicoanálisis ni de la música dodecafónica. Si quieres saber cuál es la cultura de las poblaciones masivas, mira los programas de televisión que consumen, y entonces verás con tristeza lo que es Alemania, lo que es Francia, lo que es Austria.
Mientras la democracia esté limitada a unos kilómetros cuadrados, la muchedumbre futbolera domina y la convierte en una productora incesante de nacionalismo. La única manera de reducirlo es la derrota sin paliativos: cuando las tensiones que genera un gobierno nacionalista son tales que llevan a la catástrofe o la bancarrota, el pueblo aprende (Italia, Alemania o Japón) y se vacuna durante cincuenta años, hasta que llegan nuevas generaciones que vuelven a las andadas porque ya no recuerdan los estragos que causó. Y eso si tienes la suerte de perder: si perteneces a un país que tiene por costumbre ganar, como USA o Rusia, se asume que el nacionalismo es bueno per se y sus ciudadanos se vuelven imbéciles y semifascistas con el paso de los años, sin darse cuenta de ello.