sábado, 19 de abril de 2025


AYER DISCUTIENDO de historia con un profesor de historia, yo es que me atrevo con todo. El tipo hablaba del agravio comparativo que sufre Jesucristo, al que le pedimos una hilera de “pruebas” de su existencia que no pedimos a otras figuras del pasado. Hasta ahí nada que objetar: el profesor tenía razón. Para mí es claro que existió, aunque entiendo que tampoco se debe dar demasiada cancha a los “mitistas”, llamados así porque dicen que Jesús fue un mito, por la razón de que su teoría jamás ha disfrutado del mínimo seguimiento académico. Pero a continuación el profesor de historia me añade, para ilustrar sus razones, que tampoco de Leónidas de Esparta o de Alejandro Magno nos queda ni una sola prueba “irrefutable” de que existieron, y sin embargo todo el mundo da por sentada su existencia. Y claro, ahí he saltado. De Leónidas de Esparta no sé, pero de Alejandro Magno hay montañas de pruebas, porque precisamente fue un hombre carcomido por el afán de gloria que dedicó toda su vida a dejarlas.

Para empezar, Alejandro Magno fundó hasta setenta ciudades con su nombre, algunas de las cuales han llegado hasta la actualidad. Otra vía probatoria es la numismática: solo en vida del Magno se crearon 23 monedas diferentes con su nombre y que ahora son piezas de museo. Otra vía es la cantidad de ciudades que destruyó o conquistó: de las primeras se han encontrado pruebas arqueológicas; de las segundas registros históricos o monumentos. Otra vía es la escritura: aunque la obra de su historiador oficial Calístenes se perdió pronto, tanto su general Ptolomeo, su ingeniero Aristóbulo y su almirante Nearco escribieron crónicas o memorias de las campañas, donde dieron gran presencia a Alejandro Magno. Estas crónicas no se perdieron en unas décadas, como sucedió con los Evangelios cristianos, sino que duraron en algunos casos más de cinco siglos y fueron la base para que historiadores como Arriano, Diodoro, Curcio Rufo, Plutarco o Pompeyo Trogo compusieran sus historias sobre Alejandro.

No tienen nada que ver las pruebas que pudo dejar Jesucristo con las de Alejandro, aunque al final la influencia ideológica del primero haya sido mucho mayor. Jesucristo solo conocía unos 3000 kilómetros cuadrados de Galilea y solo fue famoso los cuatro últimos años de su vida, principalmente los cinco últimos días, desde que entró en Jerusalen a lomos de un burro hasta que lo mataron. Alejandro Magno, en cambio, fue el hombre más célebre del mundo durante dieciséis años y se manejó a sangre y fuego, lo mismo destruyendo que fundando y legislando, en un territorio de cinco millones de kilómetros cuadrados. Jesús era además un sabio budista/idealista que no buscaba la fama sino cambiar las conciencias; Alejandro Magno en cambio era un megalómano que deseaba triunfar, machacar y dejar su nombre en la memoria del mundo. No se me olvide decir que Alejandro hasta acudía a las campañas militares con un equipo de historiadores, dirigido por Calístenes, para que inmortalizaran sus hazañas: hasta ese punto estaba enfermo de egolatría aquel hombre.