jueves, 24 de abril de 2025


EJEMPLO DE lo que digo es la obrita que me he leído esta tarde, Caminar. Thoreau, que es todo un graduado por la universidad de Harvard (aunque se negó a pagar los cinco dólares que costaba el diploma físico, y por tanto nunca adquirió el documento oficial), comienza reivindicando la naturaleza no al lado sino contra la civilización, pero luego, ¿qué es lo que nos encontramos en el libro? Toda una exhibición de la cultura libresca de Thoreau, cuyos saberes no solo pertenecen a la literatura, sino que abarcan también la filosofía, las ciencias naturales, la antropología o los viajes. Nos habla de Michaux, de Guyot, de Wordsworth, de Humboldt, de Linneo, de Ben Jonson o de Confucio y se demora en detallarnos las etimologías de las palabras, bien para señalarnos algún matiz o bien para discutir sobre ellas cuando son dudosas. Creo que Thoreau, en alguna parte de su vida, abogó por una naturaleza que no excluía las ventajas de la civilización, pero desde luego no en este libro. Con ello no quiero decir que su lectura sea desaconsejable: al contrario, Thoreau es uno de los autores más amenos que conozco y de hecho, en el trío de afinidad en el que le suelo situar, junto a Emerson y Nietzsche, con los que coincide en su individualismo, agresividad contra el espíritu de rebaño y predilección por lo natural frente a lo normativo, es el único al que leo siempre con una sonrisa en la cara, sin que me haga enfadar nunca, al contrario que los otros dos.