EN EL mismo diario Chirbes, unas páginas más adelante, dice que vivimos en una época nihilista que está acabando con los comportamientos bondadosos. Para ilustrarlo recuerda la vez que se pasó doce horas haciendo autostop en Madrid, después de terminar la mili, sin que nadie le parara. Al punto se me ha hecho la noche, porque me ha dado por pensar en las veces que hice autostop en mi vida, que las recuerdo muy bien porque no me atreví a hacerlo nunca, y cómo me iba a atrever: hacer autostop en la educación ultracatólica y ultraestricta que yo recibí era poner la primera piedra para aparecer violada o mutilada en plan niñas de Alcasser, lo mismo para chicos que para chicas.
Cada vez que pienso en mi niñez y adolescencia me doy cuenta de que no encuentro nada para defenderlas o recordarlas con cariño, salvo mi padre. No tuve amigos, ni bicicleta, ni goitibera, ni tuve más balón de fútbol que los que encontraba pinchados. La primera vez que me llevaron al cine tenía 17 años, la primera vez que salí de marcha, ya con Iratxe, tenía 21; nunca bebí, nunca fumé, nunca hice nada porque no se podía hacer o porque no me dejaban. Al final he acabado de sissy travesti y cómo no iba a acabar así, si toda la historia de mi vida es la de un cerebro que desea conocer, que desea expandirse, que desea arriesgarse y romper los límites, pero que por desgracia le tocó vivir entre una recua de lentos profesionales, obsesionados con Dios y con el nosotros, que no hacían más que transmitirme sus miedos y sus traumas. Al final conseguí escapar de ese árbol (la mayor hazaña de mi vida), pero no como pieza saludable sino como fruta golpeada.