ESCRIBE BORGES en Otras inquisiciones para responder a Américo Castro, que se había quejado del español deficiente que hablaban los argentinos:
He viajado por Cataluña, por Alicante, por Andalucía, por Castilla; he vivido un par de años en Valldemosa y uno en Madrid; tengo gratísimos recuerdos de esos lugares; no he observado jamás que los españoles hablaran mejor que nosotros. (Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda.)
Y más abajo:
El hecho es que el idioma español adolece de varias imperfecciones (monótono predominio de las vocales, excesivo relieve de las palabras, ineptitud para formar palabras compuestas) pero no de la imperfección que sus torpes vindicadores le achacan: la dificultad. El español es facilísimo. Solo los españoles lo juzgan arduo.
He aquí la ventaja del que no es patriota del idioma: mientras el hispanohablante que nace en la Península ama a su idioma desde la cuna y no se hace preguntas sobre sus posibles defectos, porque sobrentiende que carece de ellos, el hispanohablante de América vive en una relación ambigua, como ya lo subrayó Octavio Paz, porque el español es un idioma propio pero también es el idioma del conquistador, y por tanto no se enamora de él sino que sospecha y lo escruta y lo juzga...
¿Cómo pudo convertirse un antiespañol cultural tan mayúsculo como Borges en el mejor escritor del idioma? ¡Precisamente porque no amaba el español y en consecuencia se puso en la situación de hacerle una enmienda a la totalidad! Siendo un hombre que conocía otros idiomas y otras tradiciones culturales que le parecían superiores, Borges tomó la espada desde el francés y el inglés y, hechas las comparaciones, atacó al español en el mismo centro del problema que padece desde Herrera, desde Quevedo, desde Góngora, desde Gracián: el de la mutiplicación cancerígena de vocablos, de sinónimos, de redundancias, de imprecisiones, que afecta incluso a los escritores no estilistas y que ha convertido el idioma literario en un idioma de charlatanes.
Entre tantos legados este es uno de los más grandes que nos deja Borges: el de que el escritor, antes de proclamar acríticamente "mi patria es el idioma", debe examinar su macizo central para ver si coincide con sus pulsiones más profundas. Si el idioma en que escribes no coincide con tu aparato digestivo, tienes derecho a zarandearlo y voltearlo y machacarlo hasta crear el tuyo.