jueves, 22 de mayo de 2025


YA SOLO me hago seis o siete pajas al día: como siga a este ritmo de decadencia igual acabo dedicándole realmente dieciséis horas diarias a la literatura, en vez de limitarme a decir que se las dedico. Mi ambición literaria siempre estuvo sofrenada por mi enfermedad sexual, que es la extraña enfermedad de alguien que rechaza con profundo asco los cuerpos (¿o igual soy una enferma sexual precisamente por la repulsión que me causan los cuerpos?). Me basta con imaginarme sexy o con que alguien me llame maricón para que me entren las ganas de masturbarme: hasta ese punto llega el saco sin fondo que es mi sexo. Recuerdo que las primeras pajas de mi vida me las hice pensando en Silvia Marsó, una presentadora del Un, dos, tres que se convirtió en la primera masturbamusa de mi vida; en las pequeñas películas eróticas que se montaba mi mente, origen de toda mi literatura, me imaginaba siendo su chófer, ¡su chófer! En mis sueños eróticos con ella siempre eran otros los que se la follaban mientras yo le sostenía el bolso: ya desde el minuto uno yo era una completa sissy.