...Y NO escribe tan bien, ¿eh? Ayer dije que Menéndez Pelayo escribía muy bien, persuadida todavía por el grato recuerdo que conservaba de la lectura que le hice hace quince años. En esta lectura, sin embargo, me estoy dando cuenta de que es inflado también, de que incurre una y otra vez en la típica gripe española de la redundancia. Escribe sobre el canónigo afrancesado Félix José Reinoso:
Pero el mayor crimen literario de aquella bandería y de aquella edad, el Alcorán de los afrancesados, el libro más fríamente inmoral y corrosivo, subvertidor de toda noción de justicia, ariete contra el derecho natural y escarnio sacrílego del sentimiento de patria; obra, en suma, que para encontrarle parangón o similar sería forzoso buscarlo en los discursos de los sofistas griegos en pro de lo injusto, fue el Examen de los delitos de la infidelidad a la patria, compuesto por el canónigo sevillano D. Félix José Reinoso, uno de los luminares mayores de su escuela literaria. En este libro, que ya trituró Gallardo y cuya lectura seguida nadie aguanta a no haber perdido hasta la última reliquia de lo noble y de lo recto, todos los recursos de una dialéctica torcida y enmarañada, todos los oropeles del sentimentalismo galicano, toda la erudición legal que el autor y su amigo Sotelo pudieron acarrear, todas las armas de la filosofía utilitaria y sensualista, de que el docto Fileno era acérrimo partidario, están aprovechadas en defensa del vergonzoso sofisma de que una nación abandonada y cedida por sus gobernantes no tiene que hacer más sino avenirse con el abandono y la cesión y encorvarse bajo el látigo del nuevo señor, porque, como añade sabiamente Reinoso, el objeto de la sociedad no es vivir independiente, sino vivir seguro; es decir, plácidamente y sin quebraderos de cabeza. ¡Admirable y profunda política, último fruto de la filosofía del siglo XVIII!
Es esta una retórica de calidad, sin duda, pero retórica al fin y al cabo. Con tijera-poda maricrónica se podría decir así:
Pero el libro más inmoral de aquella bandería fue el Examen de los delitos de la infidelidad de la patria, de D. Félix José Reinoso, donde este canónigo sevillano puso todos los recursos de su dialéctica utilitarista al servicio del sofisma de que una nación abandonada por sus gobernantes debe obedecer al nuevo señor.
Diez líneas maricrónicas frente a cuarenta y tres de Menéndez Pelayo. Cada vez estoy más convencida de que toda vegetación palabrista que no te devuelva el suficiente lirismo o placer estético (Quevedo, Victor Hugo) es delito literario.