LAS CLASES bajas delinquen en mayor número: el presente fatigoso y el sin futuro les inclinan a ello. Pero no se ha demostrado aún que se delinca por etnia, migración o país: el marroquí en España delinque más no por marroquí ni por migrante, sino por clase baja y sin futuro. Es famoso que los alemanes comenzaron a cerrar las puertas de sus coches, en los años sesenta, cuando llegaban a sus barrios los inmigrantes españoles: la colectividad ibérica también tiene un pasado en que fue la víctima.
Se me dice, Vanessa, pero hay muchas personas muy pobres y de clase baja que no han delinquido nunca. Claro, es el explotado/santo Job que se calla su explotación y por tanto el inmigrante que os interesa. Yo misma estoy tan cristianizada y he sufrido una educación tan estricta, que las veces que me he encontrado dinero en la calle, he ido a devolverlo a comisaría. Pero permitidme esta disyuntiva capciosa: entre trabajar jornadas de diez horas de peón de albañil por un sueldo de miseria, y delinquir sin violencia contra seres para nada inocentes, ¿hacia quiénes creéis que va mi simpatía? Recuerdo una vez más que en España casi la única manera de acceder a la clase media es comprar un piso por 80.000 euros y, veinte años después, gracias a las políticas terroristas de los partidos gobernantes, que no sacan vivienda pública suficiente porque gobiernan mafiosamente para los propietarios, venderlo milagrosamente por 250.000 euros. A eso lo llamáis “me lo gané con mi esfuerzo”; permitidme que yo lo llame “delincuencia”.
Un marroquí robando a un madrileño es, en la mayoría de los casos, un delincuente ilegal robando a un delincuente legal. Qué curioso que a mí no me roben nunca y, cuando me han robado, el producto del robo ha sido tan ridículo (un móvil viejo, seis euros, un plumífero) que no lo he lamentado durante más de cinco minutos. Más clara no puedo ser.