AYER ME reconcilié durante siete segundos con Madrid (es una forma de hablar, porque la reconciliación presupone cariño previo, sentimiento que no ha existido nunca por ninguna de las dos partes). Iba yo tan campante caminando por una larga avenida, cuando me encontré con un taller para coches con este nombre: "Repuestos Neruda". ¿En serio, me dije muy feliz, le han puesto a un taller el nombre del poeta más grande del siglo XX "en cualquier idioma", según palabras de García Márquez?
Al segundo octavo me caí del guindo, cuando saqué el móvil para inmortalizar el momento y traté de saber en qué lugar exacto estaba, descubriendo que me hallaba en la Avenida de Pablo Neruda. De bruces me topé con la realidad: no es que ahora los mecánicos de Madrid lean poesía, sino que titulan sus negocios con el nombre de la calle donde se encuentran.
Todavía, de regreso a Bardot, me dio tiempo a preguntarme por el tiempo aquel en que Madrid podía llamar a una avenida con el nombre de un poeta comunista chileno (españolista, eso sí, que amaba a España y la consideraba la "madre patria"). Supongo que sería en tiempos de Tierno Galván o Juan Barranco, aquel respiro que se tomaron los madrileños entre franquismo y neofranquismo.