LEYENDO LA recepción crítica que recibió la obra de Stefan Zweig, me sorprende la cantidad de autores, con Arendt a la cabeza, que le reprochan su pasivismo: Zweig, te dicen, se limitó a escribir a destiempo en favor del humanismo y la solución pacífica, en lugar de salir a la calle y encabezar una lucha social y política. Hombre, pero si le reprochamos esto a Zweig, igual nos cargamos a gran parte de los escritores de Occidente. Tomemos como ejemplo a Nietzsche, Rimbaud, Baudelaire, Breton, Cocteau, Bataille, Bukowski, Cioran, Pizarnik, la clase de autores que viene acompañada siempre de los adjetivos de "feroces", "malditos", "transgresores", "iconoclastas"...
Ferocius de blablabla. Unos toreros de salón es lo que eran.
Comparemos a Pablo Neruda con Friedrich Nietzsche, por ejemplo. Neruda ha quedado a los ojos de la marabunta como un poeta blando y sensiblero, aunque por supuesto era mucho más que eso (el poeta en español más grande desde Quevedo, o junto a él), o como ejemplo de canalla al 100% por violar a una mujer tamil o desentenderse de su hija Malva Marina, aquejada de hidrocefalia. Nietzsche, en cambio, ha quedado como la rebeldía permanente, como un hombre que cada día se enfrentaba a tres osos, seis leones y diez cocodrilos. La realidad fue muy distinta.
Mientras Neruda puso en riesgo su vida varias veces, en la Guerra Civil española o durante el gobierno autoritario de González Videla, y llegó a recibir una paliza de un grupo de falangistas españoles en México, además de morir con Clostridium botulinum, un veneno que le inyectó la dictadura de Pinochet, como se ha demostrado de forma reciente, Nietzsche se dedicaba a leer libros, montar a caballo, escuchar música, acudir a recitales y recorrer Europa para curarse de su mala salud. Neruda fletó un carguero, el famoso Winnipeg, que zarpó desde el puerto francés de Trompeloup y llegó a Valparaíso en septiembre de 1939, con el que consiguió salvar a 2200 refugiados que huían de la represión franquista, elegidos y supervisados personalmente por él, además de conseguir salvoconductos para escritores o destinar las ganancias de algunos de sus libros para los refugiados de la guerra de España o para las víctimas de la guerra de Vietnam. ¿Qué hizo Nietzsche desde el punto de vista social? Pues no hizo nada más que opinar o escribir cosas, si bien de otro signo: cuando era profesor en Basilea, por ejemplo, y los grupos socialistas pedían la derogación del trabajo infantil, Nietzsche dijo que de eso nada, que era bueno que los niños de las clases bajas se acostumbraran desde pequeños a trabajar para las clases altas. De Nietzsche no tenemos ni una sola prueba de que se enfrentara a nadie en toda su vida, ni siquiera a una mosca: sabemos por una carta a Overbeck que una vez se planteó retar a duelo a Wagner, a causa de que el músico estaba insinuando a sus amistades que Nietzsche era homosexual, pero aquello no fue más allá de un conato de su mente. En uno de sus libros finales, "Ecce homo", tiene la desfachatez de quejarse del mal trato que recibe por parte de su madre y su hermana, a las que llama canaille (gentuza), madre y hermana que literalmente "se encargaron de él" en los últimos años, pues sus problemas físicos aumentaban y ya estaba casi ciego. Esa era la "dinamita" de Nietzsche.
El uno, Neruda, ha quedado como símbolo de poesía azucarera y comportamiento miserable; el otro, Nietzsche, como trueno de la pluma y hombre en desobediencia permanente: así te cuentan la historia de los maestros del pasado.