EN ESPAÑA hay cuatro diarios deportivos entre los quince más leídos, mientras que en Europa la mayoría de los países solo tienen uno o ninguno. En España hay además cuatro programas de radio deportiva cada noche: en el resto de Europa la mayoría solo tiene uno. Estos datos, además de delatar el analfabetismo integral de la muchedumbre carpetovetónica, que concede a este deporte una importancia desproporcionada (yo también le dedico tiempo al fútbol, ojo, pero ni el 30% de lo que le dedico solo a la lectura de Nietzsche o de Borges), son una de las causas de que los entrenadores de los dos equipos más poderosos, el Real Madrid y el F.C. Barcelona, sufran presiones sin cuento y no duren mucho en el puesto.
Mientras en el resto de Europa, como no hay medios especializados (el deporte en Europa va en una sección de los diarios de información general, como aquí sucede en El País o El Mundo), las polémicas brillan por su ausencia y los entrenadores suelen dormir bien, en España cada día el técnico del Real Madrid o del Barcelona se levantan con un nuevo fuego que apagar: que si Rodrigo se quiere ir, que si Fermín no se entrena bien, que si hay rumores de que Haaland tiene una cláusula de salida, que si Ter Stegen amenaza con nosequé..., todo ello filtrado por directivos, representantes de futbolistas o muchas veces inventado por los propios periodistas. No es que en el resto de Europa no existan quejas y problemas, pero no tienen ocho medios de comunicación que, cada día, ofrezcan un micrófono o una página de periódico al que quiera lanzar su cuchillo.
Esta es una de las razones principales de que el Real Madrid y el FC. Barcelona, aunque siempre contratan a los mejores entrenadores del mundo, nunca han conseguido mantener a ninguno durante más de cuatro temporadas, desde que Cruyff lo consiguió hace casi treinta años. La otra razón principal es que el Real Madrid vs Barcelona no es solo un partido de fútbol, sino una rivalidad política entre una España, la que aboga por el idioma común, la historia común y la cultura común, y la otra España, la que aboga por los muchos idiomas, las muchas historias y las muchas culturas, rivalidad que a veces, dependiendo de los vaivenes de la circunstancia, cuando los ánimos se radicalizan, se convierte en soterrada guerra civil entre la SuperEspaña y la AntiEspaña, de modo que si pierdes los cuatro partidos que jugaste contra tu máximo rival, como le sucedió a Ancelotti la temporada pasada, ni tu currículum de pata negra ni las tres Champions que ganaste de blanco te van a permitir conservar el puesto, tal es el cabreo que tiene la gente cada vez que se pierde contra esos.