martes, 2 de septiembre de 2025

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EN ANOTACIÓN del 5 de agosto de 1937, Gide, de viaje en la Italia de Mussolini, encuentra en sus calles el mismo fanatismo y la misma intolerancia que se había encontrado en la URSS de Stalin, a la que había viajado el año anterior: 
Las paredes de los edificios y los muros de las carreteras están cubiertos de inscripciones en caracteres gigantescos; vivas al Duce y citas de frases suyas, lemas perfectos, admirablemente elegidos e ideales para galvanizar a la juventud, para reclutarla. Sobre todo estas tres palabras —«Creer, Obedecer, Combatir»— se repiten con la mayor frecuencia, como conscientes de que resumen el mismo espíritu de la doctrina del fascismo. Lo que permite cierta claridad de ideas y al mismo tiempo me señala las «posiciones» del antifascismo. Y no hay nada que produzca tanta confusión como la adopción de esos lemas por el comunismo, aunque pretenda ser antifascista, pero solo lo es políticamente, y también pide a los afiliados al partido «creer, obedecer y combatir», sin reflexionar, sin crítica, con una sumisión ciega. Las tres cuartas partes de las inscripciones italianas podrían convenirle a las paredes de Moscú. Me dicen que solo se puede vencer a un adversario en su mismo terreno, con sus propias armas, y que es conveniente oponer la espada a la espada (algo de lo que no estoy convencido en absoluto). Lo que hay que hacer, antes que nada, es oponer el espíritu al espíritu, que es precisamente lo que no se hace. Los historiadores del futuro determinarán cómo y por qué, al borrarse el fin ante los medios, el espíritu comunista cesó de enfrentarse al espíritu fascista y hasta de diferenciarse de él.
La historia ha dictado sentencia en favor de Gide, pero en aquellos tiempos este escritor francés batallaba en solitario frente a los que veían a la URSS de Stalin como espejo de virtudes, algunos tan famosos como Aragon, Éluard, Neruda, Vallejo, Alberti, Hernández...