jueves, 11 de septiembre de 2025

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CUÁNTAS VECES he dicho, en las tardes en que los miro con buenos ojos y no los pongo a parir, que Alejandra Pizarnik y Francisco Umbral son dos milagros de la literatura hispánica, en tanto que vulgarizadores providenciales que acercaron a la gente todas las innovaciones de las vanguardias. Que la primera lectura que hacen las niñas de quince años sea Pizarnik, por dios, qué maravilla, ya me gustaría saber en qué otros idiomas disfrutan de un caso así, el de una poeta que entra al poema de perfil, que no dice las cosas sino las sugiere, que no coloca ideas sino sensaciones, que conserva todo el temblor e intensidad animal pero sin reducir un ápice el misterio y no-me-entiendo de la existencia... Pizarnik es una poeta a veces naïf, a veces amateur, sin la factura formal de otros poetas, pero una poeta que no descansa en su intención de hacer alta poesía y de hecho esa es para mí la razón (una de las razones) de que las últimas generaciones de chicas escriban mejor poesía que los chicos: existe una diferencia sideral en que las chicas comiencen con Pizarnik, que es alta poesía; y que en cambio los chicos comiencen con Bukowski, cuyo lenguaje es similar al de un periodista del Marca.

En cuanto a Umbral, he dicho que es un milagro hispánico y no he dicho la verdad, porque por desgracia apenas es conocido en América, pero este escritor madrileño-vallisoletano escribió desde 1976 hasta 2007 la columna más célebre de España, primero en El País y luego en El Mundo, leída según las mediciones por más de un millón de lectores cada día. Nótese la milagrosidad de lo que estoy refiriendo: un millón de personas, en unos tiempos donde los índices de lectura de los españoles eran paupérrimos, leían cada mañana a un nuevo Quevedo mestizado con Apollinaire, Breton, Éluard, Aleixandre, Valle-Inclán, Gómez de la Serna o el Neruda surrealista, pues el fenómeno Umbral consiste en tomar todos los descubrimientos de las vanguardias y ponerlas al servicio de columnas eclécticas sobre Pitita Ridruejo o Felipe González (por eso digo que es un vulgarizador).

Ya es triste que, teniendo a un escritor así a la vista, que no es tanto un escritor como una herramienta, las nuevas generaciones escriban en telegrama, con frases cortas y analfabetas, abjurando de la metáfora y el adjetivo, al estilo de Hemingway, Bukowski o Palahniuk y sin el encanto de ellos. Por eso voy a aprovechar, una vez más, para recomendar la lectura de una o dos páginas cada noche de Un ser de lejanías, la que para mí es su obra cenital, superior a Mortal y Rosa, o para que os leáis mi blog de Francisco Umbral, donde estoy subiendo fragmentos de las 128 obras que publicó, con el fin de que el escritor joven sea consciente de hasta qué niveles de expresividad se puede llegar con el lenguaje.