martes, 16 de septiembre de 2025

1255


NO CONOZCO pasatiempo más bonito que el de encontrarme parecidos con mi padre, que es la persona más asombrosa que me he encontrado en este planeta. Justo hoy he dado con uno. Él solía contar una anécdota de juventud, cuando un anciano del caserío Abarakos sintió que le quedaba poca vida y le dijo:

—Nicasio, cuando muera, ¿adónde iré yo? ¡Al cielo no quiero ir, y en el infierno ya no queda sitio!

Mi padre contaba esa anécdota y rompía a reír, y no ha sido hasta hoy que he pensado que esa ocurrencia, Al cielo no quiero ir, y en el infierno ya no queda sitio, es un gran aforismo del estilo Oscar Wilde, formulado por un vecino en quien la hipótesis religiosa quizá no fuera muy firme.

¿Y quién es la que setenta años después de que mi padre oyera ese aforismo llena la ciudad de Madrid con los suyos? La analogía parece lejana, pero no: primero hay que saber qué es un aforismo bueno para poder escribirlos decentes, y mi padre se dio cuenta enseguida de que esa frase tenía electricidad.