COMO DE SHAKESPEARE existen innumerables pruebas de que existió y de que escribió las obras que se le adjudican, durante mucho tiempo pensé que la duda sobre su autoría nació de la envidia o del asombro que provoca una calidad tan sostenida (salvo las tres partes de Henry VI y La vida y muerte del Rey Juan, todas las demás obras hasta el número de 32 me parecen obras maestras). Sin embargo, descubro por el artículo de Ari Friedlander, el mismo del que hablé el otro día, que la verdadera razón fue el descubrimiento, a partir de 1840, de documentos que probaban que Shakespeare había acaparado grano de cebada, malta y maíz durante la hambruna que sufrió Inglaterra entre 1594 y 1597, con el fin de venderlo más tarde a precios más altos. Consta que el cisne de Avón fue multado en 1598 por ese acaparamiento. Aclaro que esa hambruna se llevó por delante a 40.000 ingleses, algunos de ellos de la propia localidad de Stratford-upon-Avon, donde nació el dramaturgo.
Y claro, la nobleza inglesa, que no le ha perdonado nunca a Shakespeare que sea un plebeyo (no era tampoco eso, sino pequeña burguesía incipiente), a raíz de ese descubrimiento dijo STOP Shakespeare con dos siglos de retraso. Como no podían permitir que un granuja fuera el mayor escritor del país, comenzó el desfile de candidatos para robarle la autoría, entre los que Bacon, Marlowe o Edward de Vere han sido los más propuestos. Obsérvese que Bacon y De Vere sí que fueron aristócratas, y que Marlowe no lo fue pero sí que contaba con estudios universitarios, nada menos que en la Universidad de Cambridge.
El propio Nietzsche, en una demostración más de que no dedicaba más de cinco minutos a sopesar los pros y contras de los problemas, y cegado por su aristocratismo impenitente, compró la historia de que detrás de Shakespeare estaba Francis Bacon, cuando el pobre Bacon es un filósofo de una racionalidad duermeovejas al que no le visita nunca una miga de lirismo.
Shakespeare no era noble, nunca pisó un aula universitaria y fue acaparador de grano mientras la gente moría de hambre: ni Nietzsche ni el clero ni la nobleza inglesa podían aceptar que ese simple actor de Stratford fuera de verdad el escritor más grande de la historia.