ME FUI a comer un menú del día a un restaurante chino. Llevaba como un año sin hacerlo y me supo a rosas, porque además ya no pido vino con casera. Es increíble qué fácil he solucionado el problema del alcohol, que hace diez años amenazaba con malograr mi vida: simplemente a partir de los 44 o por ahí mi cuerpo empezó a rechazarlo cada vez más y ahora, solo con pensar en cómo se me queda el cerebro cada vez que bebo siquiera un poco, quedo vacunada para no probar ni gota. A veces siento hasta repulsión cuando recuerdo a qué jarabe de asco sabía el vino tinto mezclado con coca-cola (kalimotxo) que tanto consumí entre los veinte y los cuarenta (enseñada por Iratxe, pues antes de Iratxe yo no había probado el alcohol). Incluso cuando bebo cava (pues me invento las celebraciones más tontas para hacerme creer que voy ganando), me compro uno de esos Freixenetitos de 33 cl, pues más de una copa me arruinaría toda la noche.