ROMPÍ CON el sacrosanto pueblo cuando me di cuenta de que fue el pasto perfecto de la religión y la ideología y que ahora es la víctima favorita de la superstición de patria o nación; de que el lenguaje de consigna que emplea el demagogo es el que funciona ante él; de que siempre tiene oídos para toda apelación al egoísmo colectivo; de que su enfermedad constitutiva es el rechazo al inmigrante. Rompí con el pueblo porque nadie como él se entrega a los antagonismos, a un nosotros ficticio que por fuerza genera un "ellos" o un "otros" al que hay que batir. Rompí con el pueblo porque él siempre agudiza tu tigre malo, habiendo tantos tigres buenos por descubrir.