miércoles, 30 de abril de 2025


LA CATALANOFOBIA es como la mierda en los cerdos: los que la tienen no se la huelen, pero el que no es cerdo ni anticatalán la siente a kilómetros. Por ejemplo Iñaki Uriarte, que dice en el segundo volumen de sus diarios:
Lo que me irrita es que las acusaciones más fuertes que reciben los catalanes son las habituales que se propinan al irracionalismo de los nacionalistas y a su falta de “solidaridad”. Pero ¿qué mayor muestra de nacionalismo furibundo y de ausencia de solidaridad que esa valla que aísla a Melilla de Marruecos y en la que hoy han muerto cuatro personas por querer saltarla? No soy de los que cambiarían los actuales estatutos, solo tal vez en alguna cosilla, pero tampoco puedo ser de los que se oponen con argumentos incongruentes a las reformas.

Yo creo que el anticatalanismo es la esencia del nacionalismo español. A cualquier español-español, le rascas un poco y sale el anticatalán.
Lo que yo he detectado en Madrid, sin embargo, es que el anticatalanismo no surge solo de la insolidaridad de Cataluña con las demás comunidades de España, sino también por el rechazo que causa una idiosincrasia que le han inventado al catalán para consumo del nosotrismo español, que consiste en decir que el polaco es falso, que no te mira a la cara, que va de sofisticado y es pura fachada, que solo piensa en el dinero y solo mira sus propios intereses. Esta catalanofobia se suele traducir en que, cada vez que suelo decir que soy vizcaína (nunca digo que soy vasca, porque además no soy vasca), cierto madrileño de base social muy amplia, pues no solo entre la derecha me he encontrado catalanofobia, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me suele espetar:

—¿Vasca? Pues te voy a decir una cosa: ¡me caen mucho mejor los vascos que los catalanes!

Y es cierto también eso: en Madrid no existe vascofobia o la que existe es mínima, lo que me reafirma en que el problema no es solo de solidaridad, pues no creo que los vascos se hayan mostrado más solidarios que los catalanes con las demás regiones de España, al menos en los cien últimos años. De hecho, creo que los catalanes conocen esta predilección nacional por los vascos. Fue esta preferencia la que hizo estallar una vez a Jordi Pujol, en un debate en Sallent, en 1998, cuando realizó una de las declaraciones más fuertes que le he escuchado nunca a un político:
¿A quién debemos dejar de matar para ser más simpáticos que los vascos? ¿Cuántos atentados debemos dejar de hacer en Madrid o en Sevilla? ¿A cuántos regímenes fiscales especiales debemos renunciar?