CON MUCHO bochorno me leo esta entrevista a Federico García Lorca, la última que dio en su vida:
LLUÍS BAGARÍA I BOU: Querido Lorca: te voy a preguntar por las dos cosas que creo tienen más valor en España: el canto gitano y el toreo. Al canto gitano, el único defecto que le encuentro es que en sus versos solo se acuerda de la madre; y al padre, que lo parta un rayo. Y eso me parece una injusticia. Bromas aparte, creo que este canto es el gran valor de nuestra tierra.FEDERICO GARCÍA LORCA: Muy poca gente conoce el canto gitano, porque lo que se da frecuentemente en los tablados es el llamado flamenco, que es una degeneración de aquél. No cabe en este diálogo decir nada, porque sería demasiado extenso y poco periodístico. En cuanto a lo que tú dices, con gracia de que los gitanos solo se acuerdan de su madre, tienes cierta razón, ya que ellos viven un régimen de matriarcado, y los padres no son tales padres, sino que son siempre y viven como hijos de sus madres. De todos modos, hay en la poesía popular gitana admirables poemas dedicados al sentimiento paternal; pero son los menos.El otro gran tema porque me preguntas, el toreo, es probablemente la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y su mejor bilis. Es el único sitio adonde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza. ¿Qué sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua si dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida? Por temperamento y por gusto poético soy un profundo admirador de Belmonte.
Toda la entrevista es del mismo color, aunque le he conseguido arrancar una frase para mi blog contra el nosotrismo, porque resulta que hasta a los mayores esencialistas, si les pones frente a la racionalidad, te hacen algún guiño universal. Precisamente hoy estaba leyendo las conversaciones de Kafka; solo en el rato en que he leído, el escritor checo hablaba de Gorki, Kierkegaard, Schopenhauer, el Bhagavadgita y hasta de los cuentos populares africanos de Frobenius. Al punto he pensado: qué diferencia, por favor. No es que a Kakfa no le interesara su terruño; al contrario, su vida y su obra están traspasadas de judaísmo y en ese mismo libro se proclama sionista, pero la diferencia estriba en que a Kafka, además de lo checo-judío, le interesaba también la cultura de los demás, y a Lorca no. Creo que García Montero sacó un libro reivindicando las lecturas de Lorca, pero a mí me sirven de poco si no le crearon más poso que para reincidir erre que erre en lo raigal.
Alguno pensará: ¿y qué importan las declaraciones que haya hecho, Vanessa, si era un gran poeta? El problema es que yo no veo al gran poeta por ninguna parte (como mucho un buen poeta menor) precisamente por lo mismo: en su obra sucede como en sus entrevistas, que Lorca es incapaz de levantar la cabeza y mirar al horizonte, porque era un tipo al que solo le interesaba el folclore y las supersticiones asociadas a él. Incluso cuando viaja a Nueva York, el libro que saca es el propio de un católico cerril, recién salido de una sociedad Amiguetes Club, que se indigna ante la libertad, riqueza e individualismo que se encuentra en una sociedad abierta protestante. La respiración entera de la obra lorquiana es reducidísima, procede de una versión tóxica y trasnochada de lo andaluz (trasnochada hasta en su época, porque cuando estrenaron La casa de Bernarda Alba en Buenos Aires, en el momento en que Bernarda grita celebrante "¡Mi hija ha muerto virgen!", el público rompió a reír, cómo no te vas a reír), y como pensador poético es inexistente: todo lo que encuentro válido de sus poemas se reduce a un oído sumamente musical y a una manera casi siempre acertada de mezclar las palabras.
Cuando llegué a Madrid pensaba, no sé por qué, que Gabriel Aresti era un poeta mucho más étnico que García Lorca, pero qué va: son tal para cual. El uno el poeta nacional de Euskadi; el otro el poeta nacional de España. A los dos les reconozco el talento del olfato: los dos olieron cómo era el público al que se dirigían y le dieron lo que deseaba.