viernes, 11 de julio de 2025


EN LOS cinco años posteriores a la ruptura, todavía soy capaz de regresar a las personas que una vez fueron importantes para mí, pero no lo hago porque me puede mi deseo violento de comenzar una nueva vida. A partir del sexto año, sin embargo, noto que ya no tengo necesidad de esas personas y podría regresar a ellas para iniciar una relación de amistad o de algún tipo, pero tampoco lo hago porque mi cerebro ha cambiado tanto que ya veo a mis antiguas cercanías como si fueran de una tribu de Indonesia: si me encontrara por la calle a Iratxe o a mis hermanas, correría a esconderme histérica debajo de un coche, porque siento repulsión física por la gente con la que ya no tengo nada que ver. En ese círculo vicioso me muevo con todo el mundo salvo con mi padre, cuyo recuerdo nunca mengua y siempre vive en el mismo lugar que yo.