miércoles, 9 de julio de 2025


LA CIVILIZACIÓN estadounidense se justifica por ejemplares como Jennifer Lopez. Que un colectivo puritano pegue tal rodeo para colocar al sexo en el centro y a su vez lo diluya en una gradación de sensaciones insinuadas, hasta convertirlo en algo más sofisticado y artístico que sin embargo conserva su gen salvaje, es el mayor logro civilizatorio desde que en Provenza intentaron mitigar la brutalidad física de la fornicación inventando el amor cortés. No es que Jennifer Lopez sea solo actriz o cantante o bailarina o presentadora, sino que es un bombardeo continuo de sugerencias que ora acercan nuestro animal y ora lo estiran y ora lo trascienden. Ella por ejemplo lleva al máximo de sensualidad sus apariciones en la alfombra roja, metiendo pierna incluso cuando posa con su (ex) marido, pero, cada vez que tiene que besarlo frente al público, siempre le da un beso supercasto, con los labios casi cerrados, que devuelven la inminencia del sexo a la casilla de salida.