LO QUE más me gusta de mi cuerpo son los brazos largos, desastrados, como nacidos aparte del tronco y con ganas de escapar de él, unido a la cantidad de venas que sale de ellos, el insufrible no-me-puedo-estar-quieta del que soy contenedor. Tuve un profesor en EGB, el profe Goyo, que por mi manera incansable y oblicua de mover los brazos me dijo una vez que nunca se había puesto a contarlos, "pero estoy seguro de que tienes más que dos”.