ENTRE LAS tristezas en que consiste ir envejeciendo, quizá no la más pequeña sea la de quedar expuesta a las verdades más sencillas y desagradables, porque la juventud es tan vanidosa y ocultadora que a los veinte años es fácil pensar que vas a ser Sandokán y también a los treinta o los cuarenta, si bien de manera más parpadeante, pero a los cincuenta sufres la doble catástrofe de que tu lucidez aumenta al mismo ritmo que disminuyen tu memoria e imaginación, con lo que pronto te encuentras por primera vez cara a cara con tu simple ser intercambiable, tu carencia de talento, tu irremediable mediocridad.