NUNCA COMPRENDERÉ a esos madrileños para nada minoritarios que te dicen alegremente este idioma sirve y este idioma no sirve. Pienso que a los idiomas hay que dejarlos correr y expandirse lo que puedan, sin cortapisas de ningún tipo, y, en ese sentido, me parece increíble que en Madrid no dispongamos de clases gratuitas de gallego, euskera y catalán, subvencionadas por el estado.
—Perdona, Vanessa, pero yo igual prefiero aprender alemán antes que euskera.
Me parece muy bien que quieras aprender alemán. Y no tienes ninguna obligación de aprender euskera, desde luego; yo solo pido que haya una actitud pública de apertura hacia las otras lenguas españolas, y que los niños salgan de las escuelas madrileñas sabiendo al menos cincuenta palabras en gallego, euskera y catalán, lo mínimo para pedir un café con leche cuando visites esas autonomías.
Si no hay apertura ni cercanía, si solo hay obcecación en el idioma común en-contra-de los otros, propio de un nacionalismo central, nace la misma respuesta en-contra-de, esta vez de los nacionalismos periféricos, y se juega un partido de tenis interminable, que revienta la convivencia social y te hace decir, con Blas de Otero: “Por qué he nacido en esta tierra”.