martes, 28 de octubre de 2025

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EN RECUERDOS de mi vida, Santiago Ramón y Cajal se muestra orgulloso de haber puesto fin en la ciencia española "a cuatro siglos de servidumbre mental":
Aunque al alborear mi carrera hube de confinarme, por imperio del hábito y de la necesidad, en la categoría de los trabajadores solitarios, me preocupé siempre, sobre todo después que el Estado puso en mis manos decoroso y bien provisto laboratorio, de fundar una escuela genuinamente española de histólogos y biólogos. Y pese a los lúgubres voceros de nuestra decadencia y a los aguafiestas para quienes la ciencia, como la aurora boreal, sólo embellece el cielo de las regiones hiperbóreas, el ideal soñado está en gran parte conseguido. La ansiada escuela existe y es foco de vivísima actividad. Sus descubrimientos importantes (excluyo los modestos míos) han traspasado las fronteras, y sus métodos e invenciones aplícanse corrientemente en los laboratorios extranjeros.

No con hueras declamaciones, que pretenden ser patrióticas y resultan jactancias de ignaro chauvinismo, sino con hechos positivos e indiscutibles he demostrado la aptitud de la gente hispana para la investigación científica. La pretendida incapacidad de los españoles para todo lo que no sea producto de la fantasía o de la creación artística, ha quedado reducida a tópico ramplón. Cuando durante la noche el tenebroso mar aparece tranquilo, basta agitar las aguas para que nubes de noctílucos apagados enciendan su luz y brillen como estrellas. De igual modo ocurre en el océano social. Ha sido suficiente que dos o tres personas (una de ellas el ilustre Dr. Simarro) sacudiéramos la modorra de la juventud, para que surgiera entre nosotros brillante pléyade de eméritos investigadores. Por afirmar estoy, sin temor a la nota de optimista, que en orden a ciertos estudios, que exigen ingeniosidad, paciencia y obstinación, nuestros compatriotas compiten si no superan a los más cachazudos e infatigables hijos del Norte. Todo consiste en despertar el espíritu de curiosidad científica, adormecido durante cuatro siglos de servidumbre mental, y de inocular con el ejemplo el fuego sagrado de la indagación personal. Vivimos en un país en que el talento científico se desconoce a sí mismo. Deber del maestro es revelarlo y orientarlo.