PERDÍ MI racha de 28 días seguidos haciendo más de 10.000 pasos porque estaba embebida escribiendo malasias, que para mí son vicio y delicia eterna. Yo tengo dos grados principales de sexualidad: el primero es pornoasqueroso, donde me imagino sissy puta y repito todos los clichés del dominio y la humillación, si bien me complazco en ser yo la humillada, porque soy incapaz en el sexo (o en la vida) de asumir un papel de poder; el segundo es erolírico, que es un modo maravilloso, donde me muestro semierotizada pero puedo pensar y escribir de la chica que me gusta, que en mi caso es además la chica que quiero ser y me gustaría suplantar.
Decía Amadeo Modigliani que él solo pintaba cuando tenía la polla dura, situación que en mi caso soy incapaz de replicar, porque siempre quiero correrme cada vez que la tengo muy erecta. Es en cambio cuando la tengo en el campo base, semimorcillona, cuando soy capaz de escribir disfrutando, manteniéndola así durante mucho tiempo, en un limbo fabuloso, sin caer en la normalidad ni cruzar el límite donde empieza el sexo. Siempre he pensado que el poema de amor nació como un sustituto erótico del sexo, y aunque los dos son animalidades, entiendo que es superior la animalidad que integra la carne con la sensibilidad y la inteligencia que la que solo de carne está llena.