miércoles, 2 de julio de 2025


LA CANTIDAD de energía que gastas a la hora de escribir. Si estás cansada no se puede. En la época en que escribía El hijo de Puskas, cada vez que terminaba un capítulo me comía dos platos de macarrones, porque la confesionalidad extrema me dejaba en los huesos. También los textos líricos me causan agujetas en el cerebro similares a las de una maratón, mientras que los meros textos informativos puedo escribirlos sin mayor esfuerzo, incluso con el depósito de gasolina casi vacío.