QUÉ PESADILLA a la hora de enladrillar mi primer volumen de conticinios, por favor. Mi tragedia como escritora se puede resumir así: como soy una megalómana impenitente, no tanto por capricho como por alimento esencial que sostiene mi vida, demoro de forma continua la publicación de mis engendros, no porque sea idiota perdida sino porque conozco muy bien que la calidad de mis escritos no está a la altura de las exigencias de mi ego. Cuando al final, ya cansada de golpear la cabeza contra las paredes, me doy cuenta de que no doy más de sí, descubro que tengo acumulados 3000 folios, la mayoría mediocres, la mayoría contradictorios, la mitad como Batania y la mitad como Vanessa, entre los que no hay forma de hacerse un mapa y mucho menos montar un libro. En fin. Con este pesimismo termino la noche de hoy. A ver si mañana recupero el optimismo sobre mi obra.