PARA SALVARSE de este defecto que denuncio, Gide escribió un imperativo en su Diario que ahora no encuentro y que por tanto voy a decir con mis palabras: el escritor, explica Gide, si cuenta con seis maneras de describir o metaforizar una situación o paisaje o persona, no debe emborracharse con el idioma y ponerme las seis, sino escoger lo mejor de ellas y resumirlo en una que sea elegante y precisa. Gide acuñó este imperativo para meterse precisamente con la prosa de Victor Hugo, que le parecía redundante y es cierto que lo es, pero existe una distancia sideral entre lo que he denunciado antes en Onfray o lo que denuncié en su día en José Antonio Marina (AQUÍ), Sánchez Dragó (AQUÍ) o Menéndez Pelayo (AQUÍ), en los que me pareció encontrar acumulación innecesaria y fatigosa, con lo que hace Victor Hugo. Tomemos un fragmento del libro magno del francés:
El parisiense es al francés lo que el ateniense es al griego; nadie duerme mejor que él, nadie mejor que él tiene aspecto olvidadizo; pero no hay que fiarse; es propicio a toda suerte de dejadez, pero, cuando tiene enfrente a la gloria, es admirable en su furia. Dadle una pica y tendréis el 10 de agosto; dadle un fusil y tendréis Austerlitz. Es el punto de apoyo de Napoleón y el recurso de Danton. ¿Se trata de la patria?, se enrola; ¿se trata de la libertad?, levanta barricadas. ¡Cuidado!, sus cabellos encolerizados son épicos; su blusa de tela se convierte en una clámide. Mucho cuidado. De la primera calle Grenéta que encuentre, hará unas horcas caudinas. Si suena la hora, este arrabalero crecerá, este hombre tan pequeño se levantará y mirará de un modo terrible, y su aliento será una tempestad; de su pecho cenceño saldrá suficiente viento para desbaratar los pliegues de los Alpes. Es gracias al arrabalero de París que la revolución, unida al ejército, conquista Europa. Canta, ése es su placer. Dadle una canción proporcionada a su naturaleza, ¡y ya veréis! Cuando no tiene más canción que la Carmagnole, no hace más que derribar a Luis XVI; hacedle cantar la Marsellesa y libertará al mundo.
La prosa de Hugo será todo lo excesiva y retórica que quiera Gide, pero es la prosa de un poeta. Y la prosa de un poeta nunca es redundante, porque se justifica en el continuo creacionismo de su prosodia y de su lenguaje. Aunque yo soy la primera que es consciente de que, si Hugo me cuenta todo así, con más pasión por regodearse en la intensidad del lenguaje que por contarme la historia, el libro va a acabar teniendo 1300 páginas, son 1300 páginas que agradezco. Un caso muy parecido al de otro artífice superior de la lengua, en este caso de la española, como es Francisco de Quevedo.